El pez payaso, Nemo ¡Qué monada!
Cuando lo ves te encanta, te hace gracia, ese color, esas líneas... Tanto te gusta que lo quieres tener contigo para siempre. Pero cuidado porque terminarás por cansarte de él.
El pez payaso te hace muchísima gracia, es genial, es... UN PAYASO! pero lo que empieza siendo divertido y atrayente poco a poco se va convirtiendo en algo decadentemente cómico que termina en lo ridículo.
Cuando en tu búsqueda por el Trucho ideal te cruzas con un pez payaso cuidado, porque es muy probable que te haga perder mucho tiempo y termines por aborrecerlo. Al pez payaso le encanta vivir entre corales de colores, aletear sin parar y en definitiva divertirse.
El pez payaso es como la abeja malla, vive en un mundo de luz y color, rodeado de corales, le asusta la cruda realidad en la que vive. No le gusta reconocer que vive en una ciudad gris, con un trabajo gris al que va con un traje gris. El pez payaso tiene mucha imaginación y en su mente todo es divertido, nada tiene importancia, ni siquiera tú. Lo más importante de esta vida es divertirse, reír a carcajadas y no escuchar problemas ni reprimendas.
El pez payaso tiene una edad mental de 10 años en un cuerpo de treintaytantos. Le asustan las responsabilidades y los compromisos y aunque intenta ocultarlo en la intimidad saca todo su verdadero yo y lo que cuando lo conociste te parecía estupendo termina por convertirse en un aborrecimiento tan grande que ya no sabes cómo quitártelo de encima.
El pez payaso tiene un montón de amigos con los que tomar unas copas y salir de fiesta. Todo el mundo lo adora porque es el rey de fiesta, es divertido, es generoso y en definitiva es LA BOMBA!
Prestad atención pececillas si os encontráis con un espécimen de estos porque aunque os cegarán sus vivos colores y su alegría... al final sólo estaréis junto a un payaso, y los payasos sólo son divertidos en el circo o en una pecera.
Como la trucha al trucho
Relatos sentimentales y cosas así...
viernes, 28 de agosto de 2015
miércoles, 26 de agosto de 2015
El pez salvaje
Te encanta ese pez, lo has visto nadando libremente y es precioso. Su color, su tamaño, su grácil movimiento... Todo en su conjunto es ideal.
Así que te propones capturarlo, ese pez ha de ser tuyo, quedaría tan perfecto en tu pecera. Esa pecera que no le falta un detalle, tiene sus alguitas, su cofre del tesoro, sus guijarros... TODO!
¡Cómo luciría ese pez salvaje en tu pecera! dejaría al resto de peces a la altura del betún.
La captura no es fácil, de hecho es más complicada de lo que te esperabas porque un pez salvaje está acostumbrado a ir a su aire (o a su agua) y no pica con un cebo común, hay que currárselo un poquito, o más bien mucho.
Pero tú eres esa mujer que no se rinde, así que después de muchas horas a punto de consumir tu paciencia el pez salvaje pica. Lo metes en un cubo con agua y te lo llevas a casa, orgullosa, satisfecha con tu captura.
Sin embargo, tú no contabas con que cuando a un pez salvaje lo metes en una pecera es muy fácil que se muera, pero con lo que tampoco contabas es con que a ti ya no te hace la misma gracia.
¿Te gustan los chicos malos?¿los hombres "salvajes"? Intenta capturar uno. Será difícil, aunque puede que consigas hacerte con uno. Sin embargo tan pronto lo tengas a tu lado dejará de hacerte gracia, habrá perdido su esencia que lo hacía tan irresistible. Ya no será un salvaje, se convertirá en un pez más de la pecera. Y por el contrario, si se resiste a convertirse en un simple pez de pecera y ansía su libertad, no podrás hacer nada para evitar que se escape y vuelva al río de donde lo sacaste. Eso o se morirá de asco.
Así que te propones capturarlo, ese pez ha de ser tuyo, quedaría tan perfecto en tu pecera. Esa pecera que no le falta un detalle, tiene sus alguitas, su cofre del tesoro, sus guijarros... TODO!
¡Cómo luciría ese pez salvaje en tu pecera! dejaría al resto de peces a la altura del betún.
La captura no es fácil, de hecho es más complicada de lo que te esperabas porque un pez salvaje está acostumbrado a ir a su aire (o a su agua) y no pica con un cebo común, hay que currárselo un poquito, o más bien mucho.
Pero tú eres esa mujer que no se rinde, así que después de muchas horas a punto de consumir tu paciencia el pez salvaje pica. Lo metes en un cubo con agua y te lo llevas a casa, orgullosa, satisfecha con tu captura.
Sin embargo, tú no contabas con que cuando a un pez salvaje lo metes en una pecera es muy fácil que se muera, pero con lo que tampoco contabas es con que a ti ya no te hace la misma gracia.
¿Te gustan los chicos malos?¿los hombres "salvajes"? Intenta capturar uno. Será difícil, aunque puede que consigas hacerte con uno. Sin embargo tan pronto lo tengas a tu lado dejará de hacerte gracia, habrá perdido su esencia que lo hacía tan irresistible. Ya no será un salvaje, se convertirá en un pez más de la pecera. Y por el contrario, si se resiste a convertirse en un simple pez de pecera y ansía su libertad, no podrás hacer nada para evitar que se escape y vuelva al río de donde lo sacaste. Eso o se morirá de asco.
lunes, 17 de agosto de 2015
De la mar el mero...
Y de la tierra el cordero tío bueno.
Ya lo dicen... el mero está riquísimo, y si tú, querida amiga, has tenido la suerte de cruzarte en tu búsqueda con uno FELICIDADES, seguramente no habrá durado, pero que te quiten lo bailao.
¿Qué pasa con los meros?
Son peces solitarios a los que les encanta esconderse. Viven en zonas rocosas con muchas cuevas o agujeros donde poder entrar y salir (ejem!) sin quedarse mucho tiempo en ninguna, salvo aquella que tienen como vivienda habitual.
Cuando llegan a la madurez cambian de sexo, por lo que son considerados peces hermafrodita. La versión humana del Mero no suele cambiar de sexo aunque siempre hay excepciones.
Su carne es muy apreciada en la gastronomía, de ahí el refrán que da título a esta entrada.
En el formato humano, el Mero es, básicamente, un cabronazo. Es ese tío bueno eternamente soltero que está como un queso y que sabes, porque en el fondo de tu ser lo sabes, que te va a hacer daño aunque tú te empeñas en autoconvencerte de que no, tú serás ESA que lo transforme y lo convierta en el padre de tus hijos.
Cuando te encuentras con uno, si le interesas como presa, será porque eres una pececilla más pequeña que él, o por lo menos así te considerará. Te roneará, te llamará y te adulará, todo sin excesos, lo justo para tenerte pendiente de él. Cuando tú le contestes al whatsapp que te mandó tardará horas en volver a estar en línea, porque él es un tipo muy ocupado, tiene muchos compromisos y no puede vivir pendiente del teléfono.
Él sabe que está bueno, tiene experiencia en entrar y salir de agujeros, no lo olvidemos, pero al fin y al cabo es humano, tiene instintos y necesidades físicas y fisiológicas. Ten en cuenta cuando te encuentres con uno de estos, que podrás degustarlo durante un corto espacio de tiempo, él no se deja atrapar. Vive sólo, escondiéndose, es difícil de ver si no has quedado con él previamente y si pretendes capturarlo para ti sola vas a sufrir. No te lo va a poner fácil y es muy probable que después de visitar tu cueva se vaya en busca de otras cuevas y agujeros nuevos.
En definitiva lo que le pasa a este merito es un claro caso de inseguridad e inmadurez masculina, que le hace necesitar siempre la atención de las mujeres, para sentirse importante. Cuando ya ha conquistado a su presa pierde todo el interés por ella y busca nuevas aventuras. Y no te lo tomes a mal, seguramente no es de esos tíos que convierten a la mujer en un objeto sexual, simplemente no le da la importancia que le estás dando tu cuando ya te has colado hasta las vísceras por sus huesos.
Así que si das con un mero humano, aprovecha, disfruta del juego, déjalo entrar en tu cueva si él te lo pide, pero no se lo pongas fácil. Dale largas, no le contestes a los mensajes inmediatamente y no te lo folles a la primera de cambio, hazle sufrir, aunque sea un poquito. Pero sobre todo, no te enamores, no te encoñes y no te cuelgues como una percha de él, porque lo más fácil es que él no lo haga de ti y tú te lleves el correspondiente sofocón y ya tenemos una edad.
viernes, 14 de agosto de 2015
Una historia de pez diablo (2)
Ana estaba atrapada en una relación que la hacía pequeñita.
Después de los primeros meses en los que todo era maravilloso con Javier, las cosas habían cambiado. Él ya no era el tipo simpático e interesante que había conocido una noche por casualidad. Ya no la cuidaba ni la protegía, ahora LA CONTROLABA.
Así se sentía Ana, controlada. Se había encontrado de repente con una vida que no era la que deseaba. A Javier le molestaba todo lo que distrajese su atención: sus hijos, sus amigos, sus compañeros de trabajo... Todos eran distracciones para Ana que le robaban tiempo para pasar con él. La separó de sus amigas, de sus amigos, ya no podía quedar a tomar un café después de trabajar porque él la estaba esperando en el coche para llevarla a casa. Lo que al principio parecía atención y dedicación terminó por ser una pesadilla.
Un día Ana llegó a casa y se encontró a sus dos hijos en el rellano de casa, venían del instituto y no podían entrar en casa. Javier había cerrado por dentro y no les abría la puerta.
–Seguramente se ha quedado dormido, no os preocupéis.
–Mamá, llevamos aquí más de media hora llamando a la puerta, al timbre, por teléfono... Y nada. –le dijo Gabriel, el mayor de los dos.
–Bueno, pues entonces es que le ha pasado algo!! –contestó Ana preocupada.
Desde luego que le había pasado algo, había aparecido el pez diablo. Después de meses engatusando con su linterna a su presa había decidido que iba siendo momento de zampársela.
Cuando Javier escuchó a Ana al otro lado de la puerta gritando que abriera comenzó a gritar, a lanzar objetos contra la puerta y a dar golpes. Ana no entendía que podía estar pasando por su cabeza en ese momento.
–¡Zorra! ¿Dónde estabas? ¿dónde coño estabas? –gritaba Javier totalmente fuera de sí.
–Javier por favor! Abre la puerta ¿qué estás diciendo? –suplicaba Ana.
–¿Que te abra la puerta? ¡¡tendrás valor!! ¡¡Putaaaaaa!!
–Pero Javier qué te pasa? por favor, abre. No estaba en ningún sitio, he ido a por pan para la cena y me he encontrado con Maite. Me he entretenido, nada más. –se excusó Ana– pero por favor, abre la puerta, se van a enterar los vecinos...
–Pues que se enteren de que eres una zorra!!! –gritó desde el otro lado.
Los vecinos ya se habían enterado y salieron al rellano, dos de ellos se acercaron hasta Ana y le preguntaron que si estaba bien, al verla desesperada y llorando comprendieron que no.
–¿Llamamos a la policía? –le preguntó el del 2º C
–No, no. ¡¡Ni se te ocurra!! –le pidió Ana– para qué queremos más!!
–Bueno mira tu sabrás, pero es que desde mi casa se escuchan unos golpes que no son normales, te ha debido de destrozar media casa ya.
–No te preocupes, seguro que no es para tanto –quiso creer Ana.
–Como quieras, pero si necesitas algo estamos al lado y estamos atentos ¿vale?
–Vale gracias Roberto, pero no te preocupes, que no es nada, seguro –Ana intentó sonreír para darle más credibilidad a sus palabras.
–Como quieras, pero si necesitas algo estamos al lado y estamos atentos ¿vale?
–Vale gracias Roberto, pero no te preocupes, que no es nada, seguro –Ana intentó sonreír para darle más credibilidad a sus palabras.
Después de más de una hora aporreando la puerta, gritando y llorando, Ana y sus hijos consiguieron entrar en casa.
Javier había sacado todo lo que había en el mueble del salón, había roto la puerta del armario del dormitorio y toda la casa estaba revuelta. Había estado buscando pruebas de que Ana estaba viéndose con otro hombre, aunque obviamente no las había encontrado, porque Ana solo tenía ojos para él.
–Chicos id a hacer los deberes a vuestra habitación ¿vale? y tranquilos, mamá está aquí –les dio un beso a cada uno antes de que se encerraran en la habitación de Gabriel.
–Chicos id a hacer los deberes a vuestra habitación ¿vale? y tranquilos, mamá está aquí –les dio un beso a cada uno antes de que se encerraran en la habitación de Gabriel.
Ella se puso a recoger la casa entre sollozos, él se sentó a su lado.
–Perdóname. A veces me da miedo que me puedas abandonar. –se disculpó.
–Pero ¿cómo puedes pensar eso? Si yo solo quiero estar contigo.
–Ya lo sé ratoncita, pero es que eres tan atractiva, tan inteligente, tan todo! que pienso que cualquier día vas a encontrar a otro mejor que yo. –dijo él dejando asomar una lágrima de cocodrilo.
–¡Cómo voy a encontrar a otro! ¡Qué cosas tienes!
–Otro día si te vas a retrasar me llamas, así me quedo tranquilo. Me asusta que te pueda pasar algo –dijo Javier muy afectado por la situación.
–Lo siento mucho. No volverá a pasar, de verdad. Si me encuentro con alguien otro día te aviso, así sabrás donde estoy.
–Otro día si te vas a retrasar me llamas, así me quedo tranquilo. Me asusta que te pueda pasar algo –dijo Javier muy afectado por la situación.
–Lo siento mucho. No volverá a pasar, de verdad. Si me encuentro con alguien otro día te aviso, así sabrás donde estoy.
–Muchas gracias ratoncita, a veces pierdo los papeles, pero no es más que inseguridad. Me da mucho miedo perderte. No lo soportaría.
–Yo tampoco quiero perderte, eres muy importante para mi ¿sabes?
Javier ayudó a Ana a recoger todo lo que había sacado de los armarios y estanterías de la casa. Más tarde cenaron todos juntos. Los chicos en silencio, con un sentimiento de miedo e impotencia que se mezclaba con la ira. Ana cabizbaja. Javier como siempre, tranquilo como si el episodio de aquella tarde jamás hubiera sucedido.
–¿Qué tal el instituto chicos? ¿Bien? –quiso sacarles unas palabras a Gabriel y Carlos pero no consiguió mucho.
El silencio fue la respuesta.
–¿Qué tal el instituto chicos? ¿Bien? –quiso sacarles unas palabras a Gabriel y Carlos pero no consiguió mucho.
El silencio fue la respuesta.
Por la noche en la cama Javier quiso terminar de hacer las paces con Ana.
–Ratoncita... todavía me quieres ¿no?
–Sí, claro.
–Y entiendes que a veces me pongo nervioso ¿verdad?
–Bueno... no de esta manera, hoy he pasado mucha angustia.
–Esa angustia te la quito yo en un momento ¿quieres?
–No Javier, hoy no. Estoy agotada, ha sido un día muy largo y muy difícil.
–Venga mujer! No quiero que te duermas enfadada.
–No estoy enfadada –dijo Ana dándose la vuelta.
–¿Ah no? y entonces porqué te das la vuelta? ¿me estás provocando? –dijo él ligeramente nervioso.
Ana tuvo miedo, no le estaba provocando, no tenía ganas más que de dormir, pero después de lo que había visto aquella tarde... ¿qué sería capaz de hacer?
Mientras pensaba qué decir Javier ya se había colocado detrás de ella y le estaba restregando tu pene erecto por la pierna y el culo.
–Venga ratoncita, que te necesito cerca mío.
–No Javier, ¿en serio crees que tengo ganas?
–Claro que tienes ganas, eres una guarra –le susurró al oído– y te encanta que te frote mi polla por el culo.
–Javier, por favor –a estas alturas Ana no podía moverse, Javier la estaba sujetando con fuerza.
–Te voy a bajar las bragas, y tu te vas a estar quietecita; te vas a dejar querer porque yo sé lo que te gusta –le volvió a susurrar al oído mientras le sujetaba las dos manos con una mano, mientras con la otra le bajaba el pantalón del pijama y las bragas– ¿a que sí? ¿a que te gusta guarra?
Por alguna extraña razón Ana empezó a disfrutar de aquello, él sabía lo que le gustaba, sabía dónde tenía que tocar y estaba metiendo la mano exactamente donde debía para que ella se pusiera cachonda. A pesar de todo lo que había pasado esa tarde, del miedo que había pasado y de que en realidad no tenía ganas de acostarse con él después de lo que había sucedido; no pudo resistirse a él, era un mago del placer. Los años de sexo mediocre con su ex marido habían hecho mella en Ana, y ahora era una presa fácil para Javier que sabía cómo dominarla.
–No me digas eso, no soy una guarra –pidió Ana entre susurros.
–¿Que no te diga guarra? Es lo que eres...
–Nunca me has dicho estas cosas, no puedo concentrarme si me estás insultando. –se lamentó ella.
–No hace falta que te concentres –le dijo mientras de un gesto la puso boca abajo– para esto no hay que estar concentrada.
En ese momento la penetró hasta el fondo, sin contemplaciones, sin delicadezas y sin amor. Ella lo sintió, aquello no era como otras veces, no había cariño aquella noche. En cambio él la había manejado de tal forma que su cuerpo estaba respondiendo a esa sesión de sexo salvaje sin hacerle caso a su cabeza que le gritaba desesperadamente "Qué coño estás haciendo!!!".
Tuvo uno de los orgasmos más intensos y dolorosos de su vida. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras se corría entre espasmos de placer y un sentimiento de inmensa pena.
Se quedó quieta, él siguió empujando bruscamente hasta que terminó. Sintió como se corría dentro de ella, un estallido de energía interior que le produjo placer y liberación, ya había acabado.
–Te ha gustado eh guarra?
–Te he dicho que no me insultes, no soy ninguna guarra.
–Bueno, pero te ha gustado. Eres como todas... Al final a todas os gusta lo mismo. –sentenció.
Javier se quedó dormido y Ana se quedó pensando en lo que acababa de pasar y en la frase que le acababa de decir ¿qué significaba aquello?
Aquella noche marcó un antes y un después en la relación de Ana y Javier. Después de aquello los encuentros sexuales no volvieron a ser como eran. Los insultos y los forcejeos empezaron a ser habituales, las caricias y el amor habían dejado paso a abusos y dominaciones.
Ana siempre llegaba al orgasmo con lágrimas en los ojos, sintiéndose un objeto sexual al servicio de aquel extraño en que se había convertido su pareja. Había perdido el control de su vida y ahora también de su cuerpo, Javier lo manejaba todo a su antojo según le parecía.
Seis meses, eso es lo que aguantó Ana con una situación que la hacía sentir como una prostituta en manos de aquel proxeneta. Un día no pudo más y llamó a su amiga Carmen, necesitaba verla, necesitaba contar por lo que estaba pasando.
Quedaron en una cafetería del barrio, no quería irse muy lejos por si Javier volvía antes a casa y ella no estaba. Ana le contó todo, bueno todo lo que fue capaz de contar en voz alta. Estaba desesperada, sabía que tenía que terminar con aquello, pero era muy difícil razonar con aquel hombre manipulador y controlador. No encontraba la manera de zanjar aquello y necesitaba que su amiga la ayudara.
Carmen fue muy clara, siempre había sido la amiga directa, la que dice las cosas aunque duelan.
–Tienes un claro síndrome de Estocolmo.
–¿Qué dices? ¿qué es eso? –dijo Ana.
–Pues que tienes un secuestrador en casa y le has cogido cariño, tanto que hasta mantienes relaciones sexuales de dominación-sumisión con él. Pero cariño, es un secuestrador, te ha secuestrado a ti y a tus hijos. –le dijo Carmen muy seria– Plantéatelo Ana, piensa en tus hijos ¿crees que se merecen esta vida?
–Mis hijos están bien.
–No te engañes, ellos se enteran de todo lo que pasa, no son unos niños tienen 15 y 13 años. Son más listos de que lo que nos creemos.
–Pero cómo lo echo de casa? No se va a querer ir, lo sé.
–Bueno pero la casa es tuya ¿no? Porque no habrás hecho ninguna tontería ¿verdad?
–¿Tontería?
–No habrás puesto el piso a su nombre o alguna cosa así... –preguntó Carmen preocupada.
–No mujer! ¿tan tonta te parezco?
–A estas alturas y después de lo que me has contado, no me preguntes algo así. –rió Carmen– Bueno pues si el piso es tuyo le guste o no tendrá que marcharse.
–Bueno, cuanto antes lo haga mejor, tendré que decírselo esta misma noche. Espero que no se lo tome muy mal.
–Ana, mira no quiero asustarte, pero con lo que me has contado, no creo que sea una buena idea que se lo digas tu sola en casa, a saber lo que es capaz de hacer. Deberías de estar acompañada.
–No mujer, tranquila, que no voy a salir en "sucesos" –rió Ana para quitarle importancia.
–Bien, como tu veas, eres mayorcita y deberías de saber lo que haces... pero ten cuidado.
Cuando llego a casa Ana empezó a tantear a Javier sin embargo no se atrevió a sacar el tema del todo, pero él sabía que algo pasaba, era muy listo. Así que cuando fueron a dormir, apareció el Javier de hacía 8 meses, el Javier dulce y delicado que atendía con cariño cualquier demanda de su amada Ana. El pez diablo se volvió a hacer invisible y sacó su linterna. Salvo que esta vez se le vio el plumero, Ana estaba preparada y sabía que eso podía pasar pero no estaba dispuesta a caer en la misma trampa. Aquella noche él no consiguió lo que quería con buenos modales y caricias. Ella sabía que todo lo que estaba haciendo era una sobreactuación para evitar que ella pusiera fin a aquella relación, lo que no sabía era que el pez diablo podía ser todavía más cruel de lo que había sido hasta entonces. Esa noche viendo que no conseguía nada con buenos modales fue un paso más allá y abusó de Ana, la violó. Javier no aceptaba un NO por respuesta jamás.
Pero Javier no contaba con que todavía no había terminado con su presa y ésta aún podría revolverse para morder y defenderse.
Pese a la vergüenza que le causaba aquello, lo que acababa de pasar era la gota que colmaba el vaso, no podía soportar que aquel monstruo siguiera dominando su vida a su antojo. Aquella violación iba a ser la única, de eso estaba segura. Lo que en cualquier otra situación hubiera provocado temor y sumisión en la víctima, en este caso le dio la fuerza suficiente para levantar la voz y salir de ese infierno.
Cuando Javier se quedó dormido, Ana se aseguró de que dormía profundamente, se levantó y se dirigió al salón, la habitación más alejada del dormitorio. Aún sin lavarse cogió el teléfono y marcó el 112, al otro lado del teléfono sonó una voz femenina.
–Buenas noches, ¿cuál es la emergencia?
–Hola –Ana se quedó callada, de repente no podía articular palabra, carraspeó.
–Buenas noches, señora ¿está bien?
–Hola, no, bueno en realidad... perdón, a ver, no sé... –no sabía como explicar aquello, pero no tenía mucho tiempo, Javier podía despertarse en cualquier momento.
–Señora? Dígame ¿cuál es la emergencia? –preguntaba la voz al otro lado del teléfono.
–Perdón. Quería denunciar, bueno no sé si tengo que llamar a otro número...
–No señora, dígame, ¿qué ha ocurrido?
–Creo... Creo que he sufrido una... –Ana no pudo contener las lágrimas– creo que me han violado, pero es mi pareja... –dijo entre sollozos– así que no sé si es una violación.
–Señora tranquilícese, dígame, dónde está ahora?
–En mi casa, él está durmiendo. Tengo miedo, señorita, por favor, tengo mucho miedo, no sé qué tengo que hacer.
–Bien, dígame su dirección y mantenga la calma, procure no despertar a su pareja, voy a dar aviso a la policía y a los servicios sanitarios para que acudan a atenderla. ¿Hay alguien más en el domicilio?
–Sí están mis dos hijos, están durmiendo...
–Dígame su dirección por favor, es importante...
–Sí, perdón, calle Sánchez Vidal 14, 2º A.
–De acuerdo, no tardarán en llegar, por favor manténgase alejada del agresor y espere a que lleguen los servicios de emergencia ¿de acuerdo?
–Sí gracias. Muchas gracias –dijo Ana llorando y colgó el teléfono.
La policía y la ambulancia no tardaron en llegar, apenas 7 minutos. Los suficientes para que Javier se despertara y descubriera a Ana con el teléfono en la mano llorando en el salón.
–¿Qué has hecho?
–Nada –respondió llorando.
–Me cago en la puta Ana –dijo Javier gritando– ¿qué coño has hecho? Zorra asquerosa!
Se acercó a ella con la intención de darle un golpe con el puño cerrado en la cara, pero algo le sujetó. Gabriel y Carlos también se habían despertado.
–Suelta niñato, ¿qué te crees que estás haciendo? –mientras decía estas palabras le dio un puñetazo con la mano que le quedaba libre en las costillas.
Gabriel se quedó sin respiración y cayó al suelo. Entonces Carlos se armó de valor, el valor que te dan la adrenalina, el miedo y la ira y le soltó un puñetazo en la cara a Javier.
–¡¡No toques a mi hermano ni a mi madre!! –le gritó.
–Ven aquí tú! ¿os habéis creído muy hombres?
–No, el que se ha creído muy hombre eres tú –gritó Ana, ver como sus hijos estaban involucrados en semejante situación le hizo reaccionar del todo– y no eres más que un mierda. Te he dado todo, has entrado en mi vida y me la has arruinado, no vales nada... y lo que más me duele es no saber a cuántas más mujeres les habrás hecho lo mismo que a mí.
–Pedazo de zorra desagradecida –le gritó– tú no sabías lo que era un hombre ni una buena polla hasta que me conociste y ahora quieres irte con cualquier otro ¿verdad? Es eso! Pues no vas a poder, porque te voy a dejar tan fea que ninguno te va a querer.
De repente Javier sacó un cuchillo como por arte de magia y se abalanzó sobre Ana para cortarle en la cara. Todo pasó en décimas de segundo, la hoja del cuchillo pasó a un milímetro de los ojos de Ana y sintió como le cortaba la mejilla.
Gabriel y Carlos se abalanzaron sobre él para quitarle el cuchillo y evitar que siguiera agrediendo a su madre. Javier se volvió con el cuchillo en la mano, dispuesto a clavárselo a cualquier de los dos. Ana temía por la vida de sus hijos, ya no sabía qué pensar, no sabía cómo iba a reaccionar Javier y se le echó encima pero él se zafó de ella y la cogió por el cuello.
En medio de aquel caos alguien llamó a la puerta, era la policía. Javier con el cuchillo en la mano los amenazó, si alguno abría le clavaría la afilada hoja a Ana. El miedo inundó el salón. Pero una vez más Javier no contaba con el efecto de la adrenalina y el coraje de una madre. En un descuido mientras amenazaba a los chicos, Ana aprovechó para hacer algo que solo había visto en las películas y que pensó que nunca funcionaría, levantar la pierna y darle una patada en los huevos con todas sus fuerzas. Javier la soltó de repente a ella y al cuchillo y cayó doblado por la mitad.
Carlos corrió a abrir la puerta.
La policía entró como en un halo de luz celestial, aquellos hombres le traían la libertad.
Aquella misma noche y por recomendación de la policía un cerrajero cambió la cerradura de la casa. Los tres fueron trasladados al hospital para evaluar y tratar sus heridas. Ana tuvo que permanecer un par de días ingresada a causa de los cortes en la cara y de las lesiones internas que había sufrido por la violación.
En el juicio posterior se demostró la violación y la premeditación de la agresión con el cuchillo. Javier reconoció que lo tenía escondido en un lugar del salón por si tenía que utilizarlo en alguna "situación tensa" como él mismo lo definió. Resultó que Javier ya tenía antecedentes por malos tratos y dos órdenes de alejamiento.
Un año oscuro en la vida de Ana, que jamás olvidará. Afortunadamente para ella, pudo ponerle fin antes de que él le pusiera fin a ella.
–Y entiendes que a veces me pongo nervioso ¿verdad?
–Bueno... no de esta manera, hoy he pasado mucha angustia.
–Esa angustia te la quito yo en un momento ¿quieres?
–No Javier, hoy no. Estoy agotada, ha sido un día muy largo y muy difícil.
–Venga mujer! No quiero que te duermas enfadada.
–No estoy enfadada –dijo Ana dándose la vuelta.
–¿Ah no? y entonces porqué te das la vuelta? ¿me estás provocando? –dijo él ligeramente nervioso.
Ana tuvo miedo, no le estaba provocando, no tenía ganas más que de dormir, pero después de lo que había visto aquella tarde... ¿qué sería capaz de hacer?
Mientras pensaba qué decir Javier ya se había colocado detrás de ella y le estaba restregando tu pene erecto por la pierna y el culo.
–Venga ratoncita, que te necesito cerca mío.
–No Javier, ¿en serio crees que tengo ganas?
–Claro que tienes ganas, eres una guarra –le susurró al oído– y te encanta que te frote mi polla por el culo.
–Javier, por favor –a estas alturas Ana no podía moverse, Javier la estaba sujetando con fuerza.
–Te voy a bajar las bragas, y tu te vas a estar quietecita; te vas a dejar querer porque yo sé lo que te gusta –le volvió a susurrar al oído mientras le sujetaba las dos manos con una mano, mientras con la otra le bajaba el pantalón del pijama y las bragas– ¿a que sí? ¿a que te gusta guarra?
Por alguna extraña razón Ana empezó a disfrutar de aquello, él sabía lo que le gustaba, sabía dónde tenía que tocar y estaba metiendo la mano exactamente donde debía para que ella se pusiera cachonda. A pesar de todo lo que había pasado esa tarde, del miedo que había pasado y de que en realidad no tenía ganas de acostarse con él después de lo que había sucedido; no pudo resistirse a él, era un mago del placer. Los años de sexo mediocre con su ex marido habían hecho mella en Ana, y ahora era una presa fácil para Javier que sabía cómo dominarla.
–No me digas eso, no soy una guarra –pidió Ana entre susurros.
–¿Que no te diga guarra? Es lo que eres...
–Nunca me has dicho estas cosas, no puedo concentrarme si me estás insultando. –se lamentó ella.
–No hace falta que te concentres –le dijo mientras de un gesto la puso boca abajo– para esto no hay que estar concentrada.
En ese momento la penetró hasta el fondo, sin contemplaciones, sin delicadezas y sin amor. Ella lo sintió, aquello no era como otras veces, no había cariño aquella noche. En cambio él la había manejado de tal forma que su cuerpo estaba respondiendo a esa sesión de sexo salvaje sin hacerle caso a su cabeza que le gritaba desesperadamente "Qué coño estás haciendo!!!".
Tuvo uno de los orgasmos más intensos y dolorosos de su vida. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras se corría entre espasmos de placer y un sentimiento de inmensa pena.
Se quedó quieta, él siguió empujando bruscamente hasta que terminó. Sintió como se corría dentro de ella, un estallido de energía interior que le produjo placer y liberación, ya había acabado.
–Te ha gustado eh guarra?
–Te he dicho que no me insultes, no soy ninguna guarra.
–Bueno, pero te ha gustado. Eres como todas... Al final a todas os gusta lo mismo. –sentenció.
Javier se quedó dormido y Ana se quedó pensando en lo que acababa de pasar y en la frase que le acababa de decir ¿qué significaba aquello?
Aquella noche marcó un antes y un después en la relación de Ana y Javier. Después de aquello los encuentros sexuales no volvieron a ser como eran. Los insultos y los forcejeos empezaron a ser habituales, las caricias y el amor habían dejado paso a abusos y dominaciones.
Ana siempre llegaba al orgasmo con lágrimas en los ojos, sintiéndose un objeto sexual al servicio de aquel extraño en que se había convertido su pareja. Había perdido el control de su vida y ahora también de su cuerpo, Javier lo manejaba todo a su antojo según le parecía.
Seis meses, eso es lo que aguantó Ana con una situación que la hacía sentir como una prostituta en manos de aquel proxeneta. Un día no pudo más y llamó a su amiga Carmen, necesitaba verla, necesitaba contar por lo que estaba pasando.
Quedaron en una cafetería del barrio, no quería irse muy lejos por si Javier volvía antes a casa y ella no estaba. Ana le contó todo, bueno todo lo que fue capaz de contar en voz alta. Estaba desesperada, sabía que tenía que terminar con aquello, pero era muy difícil razonar con aquel hombre manipulador y controlador. No encontraba la manera de zanjar aquello y necesitaba que su amiga la ayudara.
Carmen fue muy clara, siempre había sido la amiga directa, la que dice las cosas aunque duelan.
–Tienes un claro síndrome de Estocolmo.
–¿Qué dices? ¿qué es eso? –dijo Ana.
–Pues que tienes un secuestrador en casa y le has cogido cariño, tanto que hasta mantienes relaciones sexuales de dominación-sumisión con él. Pero cariño, es un secuestrador, te ha secuestrado a ti y a tus hijos. –le dijo Carmen muy seria– Plantéatelo Ana, piensa en tus hijos ¿crees que se merecen esta vida?
–Mis hijos están bien.
–No te engañes, ellos se enteran de todo lo que pasa, no son unos niños tienen 15 y 13 años. Son más listos de que lo que nos creemos.
–Pero cómo lo echo de casa? No se va a querer ir, lo sé.
–Bueno pero la casa es tuya ¿no? Porque no habrás hecho ninguna tontería ¿verdad?
–¿Tontería?
–No habrás puesto el piso a su nombre o alguna cosa así... –preguntó Carmen preocupada.
–No mujer! ¿tan tonta te parezco?
–A estas alturas y después de lo que me has contado, no me preguntes algo así. –rió Carmen– Bueno pues si el piso es tuyo le guste o no tendrá que marcharse.
–Bueno, cuanto antes lo haga mejor, tendré que decírselo esta misma noche. Espero que no se lo tome muy mal.
–Ana, mira no quiero asustarte, pero con lo que me has contado, no creo que sea una buena idea que se lo digas tu sola en casa, a saber lo que es capaz de hacer. Deberías de estar acompañada.
–No mujer, tranquila, que no voy a salir en "sucesos" –rió Ana para quitarle importancia.
–Bien, como tu veas, eres mayorcita y deberías de saber lo que haces... pero ten cuidado.
Cuando llego a casa Ana empezó a tantear a Javier sin embargo no se atrevió a sacar el tema del todo, pero él sabía que algo pasaba, era muy listo. Así que cuando fueron a dormir, apareció el Javier de hacía 8 meses, el Javier dulce y delicado que atendía con cariño cualquier demanda de su amada Ana. El pez diablo se volvió a hacer invisible y sacó su linterna. Salvo que esta vez se le vio el plumero, Ana estaba preparada y sabía que eso podía pasar pero no estaba dispuesta a caer en la misma trampa. Aquella noche él no consiguió lo que quería con buenos modales y caricias. Ella sabía que todo lo que estaba haciendo era una sobreactuación para evitar que ella pusiera fin a aquella relación, lo que no sabía era que el pez diablo podía ser todavía más cruel de lo que había sido hasta entonces. Esa noche viendo que no conseguía nada con buenos modales fue un paso más allá y abusó de Ana, la violó. Javier no aceptaba un NO por respuesta jamás.
Pero Javier no contaba con que todavía no había terminado con su presa y ésta aún podría revolverse para morder y defenderse.
Pese a la vergüenza que le causaba aquello, lo que acababa de pasar era la gota que colmaba el vaso, no podía soportar que aquel monstruo siguiera dominando su vida a su antojo. Aquella violación iba a ser la única, de eso estaba segura. Lo que en cualquier otra situación hubiera provocado temor y sumisión en la víctima, en este caso le dio la fuerza suficiente para levantar la voz y salir de ese infierno.
Cuando Javier se quedó dormido, Ana se aseguró de que dormía profundamente, se levantó y se dirigió al salón, la habitación más alejada del dormitorio. Aún sin lavarse cogió el teléfono y marcó el 112, al otro lado del teléfono sonó una voz femenina.
–Buenas noches, ¿cuál es la emergencia?
–Hola –Ana se quedó callada, de repente no podía articular palabra, carraspeó.
–Buenas noches, señora ¿está bien?
–Hola, no, bueno en realidad... perdón, a ver, no sé... –no sabía como explicar aquello, pero no tenía mucho tiempo, Javier podía despertarse en cualquier momento.
–Señora? Dígame ¿cuál es la emergencia? –preguntaba la voz al otro lado del teléfono.
–Perdón. Quería denunciar, bueno no sé si tengo que llamar a otro número...
–No señora, dígame, ¿qué ha ocurrido?
–Creo... Creo que he sufrido una... –Ana no pudo contener las lágrimas– creo que me han violado, pero es mi pareja... –dijo entre sollozos– así que no sé si es una violación.
–Señora tranquilícese, dígame, dónde está ahora?
–En mi casa, él está durmiendo. Tengo miedo, señorita, por favor, tengo mucho miedo, no sé qué tengo que hacer.
–Bien, dígame su dirección y mantenga la calma, procure no despertar a su pareja, voy a dar aviso a la policía y a los servicios sanitarios para que acudan a atenderla. ¿Hay alguien más en el domicilio?
–Sí están mis dos hijos, están durmiendo...
–Dígame su dirección por favor, es importante...
–Sí, perdón, calle Sánchez Vidal 14, 2º A.
–De acuerdo, no tardarán en llegar, por favor manténgase alejada del agresor y espere a que lleguen los servicios de emergencia ¿de acuerdo?
–Sí gracias. Muchas gracias –dijo Ana llorando y colgó el teléfono.
La policía y la ambulancia no tardaron en llegar, apenas 7 minutos. Los suficientes para que Javier se despertara y descubriera a Ana con el teléfono en la mano llorando en el salón.
–¿Qué has hecho?
–Nada –respondió llorando.
–Me cago en la puta Ana –dijo Javier gritando– ¿qué coño has hecho? Zorra asquerosa!
Se acercó a ella con la intención de darle un golpe con el puño cerrado en la cara, pero algo le sujetó. Gabriel y Carlos también se habían despertado.
–Suelta niñato, ¿qué te crees que estás haciendo? –mientras decía estas palabras le dio un puñetazo con la mano que le quedaba libre en las costillas.
Gabriel se quedó sin respiración y cayó al suelo. Entonces Carlos se armó de valor, el valor que te dan la adrenalina, el miedo y la ira y le soltó un puñetazo en la cara a Javier.
–¡¡No toques a mi hermano ni a mi madre!! –le gritó.
–Ven aquí tú! ¿os habéis creído muy hombres?
–No, el que se ha creído muy hombre eres tú –gritó Ana, ver como sus hijos estaban involucrados en semejante situación le hizo reaccionar del todo– y no eres más que un mierda. Te he dado todo, has entrado en mi vida y me la has arruinado, no vales nada... y lo que más me duele es no saber a cuántas más mujeres les habrás hecho lo mismo que a mí.
–Pedazo de zorra desagradecida –le gritó– tú no sabías lo que era un hombre ni una buena polla hasta que me conociste y ahora quieres irte con cualquier otro ¿verdad? Es eso! Pues no vas a poder, porque te voy a dejar tan fea que ninguno te va a querer.
De repente Javier sacó un cuchillo como por arte de magia y se abalanzó sobre Ana para cortarle en la cara. Todo pasó en décimas de segundo, la hoja del cuchillo pasó a un milímetro de los ojos de Ana y sintió como le cortaba la mejilla.
Gabriel y Carlos se abalanzaron sobre él para quitarle el cuchillo y evitar que siguiera agrediendo a su madre. Javier se volvió con el cuchillo en la mano, dispuesto a clavárselo a cualquier de los dos. Ana temía por la vida de sus hijos, ya no sabía qué pensar, no sabía cómo iba a reaccionar Javier y se le echó encima pero él se zafó de ella y la cogió por el cuello.
En medio de aquel caos alguien llamó a la puerta, era la policía. Javier con el cuchillo en la mano los amenazó, si alguno abría le clavaría la afilada hoja a Ana. El miedo inundó el salón. Pero una vez más Javier no contaba con el efecto de la adrenalina y el coraje de una madre. En un descuido mientras amenazaba a los chicos, Ana aprovechó para hacer algo que solo había visto en las películas y que pensó que nunca funcionaría, levantar la pierna y darle una patada en los huevos con todas sus fuerzas. Javier la soltó de repente a ella y al cuchillo y cayó doblado por la mitad.
Carlos corrió a abrir la puerta.
La policía entró como en un halo de luz celestial, aquellos hombres le traían la libertad.
Aquella misma noche y por recomendación de la policía un cerrajero cambió la cerradura de la casa. Los tres fueron trasladados al hospital para evaluar y tratar sus heridas. Ana tuvo que permanecer un par de días ingresada a causa de los cortes en la cara y de las lesiones internas que había sufrido por la violación.
En el juicio posterior se demostró la violación y la premeditación de la agresión con el cuchillo. Javier reconoció que lo tenía escondido en un lugar del salón por si tenía que utilizarlo en alguna "situación tensa" como él mismo lo definió. Resultó que Javier ya tenía antecedentes por malos tratos y dos órdenes de alejamiento.
Un año oscuro en la vida de Ana, que jamás olvidará. Afortunadamente para ella, pudo ponerle fin antes de que él le pusiera fin a ella.
miércoles, 12 de agosto de 2015
Una historia de pez diablo
Ana había salido de una relación larga y dura, muy dura.
Después de un matrimonio de más de 20 años y 2 hijos en plena adolescencia, quedarse sola era una dura prueba, otra más.
Pero Ana era valiente, y en cualquier caso no había otra opción, su marido la había abandonado por otra mujer más joven y atractiva. Se "habían enamorado" le dijo, ella sabía que no era así, pero el sexo tiene ese efecto enamorador, follar con un cuerpo nuevo siempre te hace sentir rejuvenecido y confunde las ideas y los sentimientos.
A ella le pasó parecido...
Después de unos meses de soledad y tristeza una noche conoció a Javier. Había salido con unas amigas, más bien la habían sacado a rastras de casa para que le diera el aire de mayo.
–Vamos mujer! Vente a cenar, es primavera, y ya sabes que la primavera... –dijo Carmen con sonrisa picarona– ...la sangre altera ¿no?
–No tengo ganas, de verdad.
–Me da igual que no tengas ganas, hemos quedado todas y ya tenemos el restaurante reservado, así que te vienes y no hay más que hablar ¿ok?
–Ok –dijo Ana con resignación.
–A las nueve y media te pasamos a buscar.
–Vaaaaale –volvió a decir resignada.
Ana no tenía ganas de hacer nada, mucho menos de salir por la noche después de estar trabajando todo el día.
Después de cenar fueron a un bar cercano a tomar una copa. Sus amigas entraron en el bar a pedir y ella se quedó en la terraza guardando la mesa y fumando un cigarro. De repente, alguien se sentó a su lado.
–Bueno, pues no hace mala noche ¿verdad? –dijo él.
–¿Perdón? –respondió Ana sobresaltada.
–Ay! perdona, no me he presentado. –se disculpó con una amplia sonrisa– Soy Javier, ¿qué tal? te he visto aquí sola y antes de que nadie me quite la oportunidad, he decidido sentarme a hacerte compañía hasta que vuelvan tus amigas. –le hizo un guiño y siguió– ¿Te parece bien?
Ana no recordaba la última vez que un hombre, atractivo o no, le había guiñado un ojo. Se sonrojó sólo de pensar que quizá ese tipo estaba intentando ligar con ella.
Cuando volvieron sus amigas con las 4 copas se encontraron a Ana en una animada conversación con un desconocido. Se miraron entre ellas, sonrieron y se sentaron en la mesa con la reciente pareja.
Pasaron toda la noche conversando los 5, riendo, contando anécdotas... Todo iba bien. Carmen miraba de reojo a Ana, y volvía a mirar a Maite, se hacían gestos de "Mola ¿no?". Ana estaba ajena a todas las miradas y sólo podía prestar atención a los ojos de Javier que la miraban con una intensidad que jamás había sentido, ni si quiera cuando su ex marido y ella se escapaban juntos con 17 años al parque más lejano de la ciudad para estar a solas.
Javier le atraía de una forma extraña, esos ojos, esa voz dulce y embriagadora que sólo decía cosas agradables y divertidas. Javier era de otro planeta, definitivamente.
Después de una noche tan intensa, Ana y Javier siguieron viéndose. Quedaban después del trabajo, tomaban una cerveza, cenaban algo rápido... y se despedían. A Ana le encantaba hablar con él, era tan culto, tan especial... las horas pasaban volando, pero tenía que volver a casa, tenía dos adolescentes en casa esperándola. Javier era comprensivo y la dejaba ir, a pesar de que quería pasar con ella toda la noche.
A los 2 meses la vida de Ana giraba únicamente en torno a Javier. Recibía mensajes en el móvil por la mañana para darle los buenos días, le pedía que le avisara cuando llegara al trabajo para quedarse tranquilo sabiendo que había llegado bien, si paraba a tomar un café en su jornada laboral ella le escribía "Tomando un cafécito :)" y él le contestaba con un "Qué bien! te lo mereces, trabajas mucho. Estás con Marga? ;)" él sabía que Marga era su compañera de trabajo, pero no era la única compañera que tenía Ana. "No, hoy tiene fiesta. que suerte!" "Ok, avísame cuando salgas, te iré a buscar". A veces tenía respuestas secas y cortantes, aunque seguramente llevaba prisa y por eso sonaban un poco bruscas, Ana sabía que él era tan dulce que sólo se preocupaba por ella.
Javier la iba a buscar al trabajo todos los días, la llevaba a casa y cenaban juntos. Él ya se había instalado en casa de Ana, ya que ella no podía dejar solos a sus hijos. Su vida había dado un giro radical en los últimos meses, pero a mejor claramente. Estaba muy contenta de tener a su lado a Javier, era un hombre fantástico, muy cariñoso y atento. Le hacía sentir especial, atractiva y amada. Y algo más especial todavía, la palabra atento se quedaba corta cuando se trataba de sexo.
Ana redescubrió el sexo con él. Su ex marido había sido su única pareja, con él había perdido la virginidad y con él había tenido 2 hijos. Sin embargo nunca se había preocupado de que ella disfrutara, nunca había prestado atención a los juegos preliminares y nunca había hecho la más mínima variación en la postura del misionero. Era LA POSTURA.
Javier en cambio, era un manitas, nunca mejor dicho, en cuestiones sexuales, y transportó a Ana a lugares en los que nunca había estado. Lugares muy placenteros a los que podía llegar desde su cama, jamás hubiera imaginado que estaban tan cerca y tan lejos a la vez. El sexo con Javier era increíble. Él era delicado, sabía muy bien qué teclas debía tocar y estaba atento a cada una de las reacciones de Ana. Le enseñó a disfrutar sin vergüenza, a abrirse a nuevas experiencias, a ver el sexo como algo maravilloso y a disfrutar de sus cuerpos desnudos... y como le pasó a su ex marido, el sexo le nubló las ideas.
Sin darse cuenta, cada día que pasaba Javier tomaba un poco más el control de la vida de Ana. Ella estaba ciega, borracha de amor, sexo y placer; placer físico y placer emocional. El segundo es casi más importante que el primero, sentirse querida, importante para alguien y especial es más duradero e intenso que un orgasmo. En fin, placeres que te hacen casi tocar el nirvana... Y esos placeres la hicieron sumisa, pero no sumisa como Anastasia del señor Grey, sumisa como una mujer que ve como se le escapa el control de su vida y no es capaz de hacer nada para evitarlo...
CONTINUARÁ
martes, 11 de agosto de 2015
Tipos de peces: Pez Diablo
Me mandaron buscar peces en el mar, había alguno que debía de encajar conmigo...
Pero resulta que en el mar del amor existen algunas especies de peces que pueden confundirnos, bien por el divertido aleteo que hacen con su cola, bien por sus colores o bien porque son peces hipnotizadores, como el pez lámpara que casi se come al padre de Nemo.
Pero resulta que en el mar del amor existen algunas especies de peces que pueden confundirnos, bien por el divertido aleteo que hacen con su cola, bien por sus colores o bien porque son peces hipnotizadores, como el pez lámpara que casi se come al padre de Nemo.
El caso es que en
nuestra búsqueda del hombre pez perfecto por los mares del amor, nos vamos a encontrar
con algunas especies habituales, que nos pueden llegar a dejar marca, otras
pasarán por nuestro lado sin pena ni gloria y sólo nos dejarán alguna que otra
anécdota.
Por ejemplo, es fácil que nos encontremos con el pez diablo, como se llama este simpático y guapo pececillo con linterna en la cabeza. Su especialidad es engatusar e ilusionar a sus presas dando una gran luz en la oscuridad que nos dará esperanza y optimismo (a las presas). Pero cuidado porque cuando menos nos lo esperemos, nos mostrará su verdadero ser, un ser horrible que sólo pretende atraparnos, descuartizarnos y en definitiva comernos.
Cuidado con los peces hipnotizadores, están al acecho tras cualquier callejón oscuro, y por callejón oscuro quiero decir momentos tristes y de bajón en los que cualquier bonita frase nos puede hacer caer en las redes de esta temible bestia que no tendrá reparos en aprovecharse de nosotras en cuanto se le presente la ocasión.
domingo, 2 de agosto de 2015
¿Podemos ir a la playa?
Hay muchos peces en el mar, la típica frase de consuelo...
Sí claro, y también hay peces en los ríos, en los pantanos, en los embalses y hasta en alguna charca seguro que también hay algún pececillo... ¿y? si yo no quiero ningún pez mas que al mío.
Lo que pasa es que a veces hasta que das con el trucho en cuestión buscas por medio acuario... Así que como es verano y apetece, ¿nos vamos a nadar un rato al mar? Seguro que encontramos algo interesante... ;)
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