Te encanta ese pez, lo has visto nadando libremente y es precioso. Su color, su tamaño, su grácil movimiento... Todo en su conjunto es ideal.
Así que te propones capturarlo, ese pez ha de ser tuyo, quedaría tan perfecto en tu pecera. Esa pecera que no le falta un detalle, tiene sus alguitas, su cofre del tesoro, sus guijarros... TODO!
¡Cómo luciría ese pez salvaje en tu pecera! dejaría al resto de peces a la altura del betún.
La captura no es fácil, de hecho es más complicada de lo que te esperabas porque un pez salvaje está acostumbrado a ir a su aire (o a su agua) y no pica con un cebo común, hay que currárselo un poquito, o más bien mucho.
Pero tú eres esa mujer que no se rinde, así que después de muchas horas a punto de consumir tu paciencia el pez salvaje pica. Lo metes en un cubo con agua y te lo llevas a casa, orgullosa, satisfecha con tu captura.
Sin embargo, tú no contabas con que cuando a un pez salvaje lo metes en una pecera es muy fácil que se muera, pero con lo que tampoco contabas es con que a ti ya no te hace la misma gracia.
¿Te gustan los chicos malos?¿los hombres "salvajes"? Intenta capturar uno. Será difícil, aunque puede que consigas hacerte con uno. Sin embargo tan pronto lo tengas a tu lado dejará de hacerte gracia, habrá perdido su esencia que lo hacía tan irresistible. Ya no será un salvaje, se convertirá en un pez más de la pecera. Y por el contrario, si se resiste a convertirse en un simple pez de pecera y ansía su libertad, no podrás hacer nada para evitar que se escape y vuelva al río de donde lo sacaste. Eso o se morirá de asco.
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